El tirillas

La puerta de aquella oficina estaba igual que hace unos meses. Poco más me llevé de aquel trabajo que la ubicación para aparcar en un sitio estratégico de la ciudad. Al cerrar el coche, me crucé con aquel tirillas andando por la acera contraria. Agaché la cabeza y pensé que no me había visto. Ahorré, así, una conversación de actualización humana que me hubiera hecho llegar tarde a mi destino.

A las dos semanas supe que había olido mi gesto aquel día y me llamaba para ponerme la patita encima. Tendrías que haber sido de esas aves que lanza el hueso desde arriba y no el tipo de ave que decidiste ser

Hoy espero en Gran Vía 2 al Dani para subir a Montjuïc.

Pseudònim: Weild

MANDAMIENTOS

Uno, dos no necesitas a nadie más.
Tres, cuatro en la casa tú estarás.
Cinco, seis no te atrevas a salir.
Siete, ocho tú sin mí no puedes reír.
Nueve, diez yo tus alas he de cortar.
Once, doce no me obligues a matar.

Pseudònim: Rita Rainz

LA MUERTE COLGÓ EL HÁBITO

Soy oscura y huesuda. Vengo a verte en el segundo de los dos únicos días de tu vida que no tendrán veinticuatro horas. Mi hermana oronda y redonda te recibió el primer día.

Las dos escuchamos lloros, pero con distinta musicalidad: los suyos de júbilo, los míos de pena y terror, asediados por súplicas de prórrogas que desatiendo con desgana.

Hoy me declaro en huelga, cuelgo el hábito sin espacio a réplica.

Voy a hacerme un vestido con destellos de estrellas, hilado con suave algodón de nubes pomposas, haré girar los vuelos de mi falda a ritmos de cascabeles y violines. Seré pura vida. Daré al mundo una prole de bulliciosas almas que pondrán todo del revés.

A partir de ahora seré el amanecer y no el ocaso así que quién quiera morir o matar que se apañe, que la plaza está vacante.

Pseudònim: Carmelita

LOS EXTRAÑOS RITMOS DEL CÁNCER

Era realmente buena.

Su grupo se reunía cada martes en la sala de la planta de oncología. Todos los miembros sentían una inmensa gratitud hacia ella. A algunos les había ayudado a superar la rabia, a otros los había acompañado en la pena. Les echaba una mano con la reorganización de sus vidas. Los animaba a aceptar el diagnóstico, a encarar el tratamiento y los cambios físicos.

Lo único que echaban de menos era que ella tuviese el valor de superar la fase de negación y se desprendiese de esa falsa bata.

Pseudònim: Gada

El último adiós

Si hubiese llegado a saber que iba a ser el último, hubiese alargado el tiempo en el que tus yemas y las mías chocaban con el único deseo de no separarse nunca.

Hubiese  acariciado bien tu pelo, con rabia, con pena, con las lágrimas en los ojos. A la hora de irte, cuando cada uno hubiese tomado su dirección y te dirigieses hacia la puerta de embarque, arrastrando tu maleta y tu sonrisa, habría gritado tu nombre a los cuatro vientos, en aquel aeropuerto vacío, donde se quedaron mis ganas de saltar a tus brazos.

Ahora, solo quedan recuerdos, un vacío en el pecho, y una extraña sensación que me invade. El último soplo antes de morir, la última tirada en un juego de cartas, el último día de vacaciones de un niño pequeño.

Pseudònim: DV

En punto

“ Hay que aprovechar bien el tiempo”. Me lo suelen decir continuamente. De las muchas cosas que podemos hacer y cambiar a lo largo del día, el tiempo no es una de ellas. Aunque, en un futuro, los viajes en el tiempo sean posibles, todavía es un factor indistorsionable, incontrolable, que se nos escapa de las manos y nos frustra irremediablemente.

El otro día nos dieron fiesta en el colegio y además me anularon el entreno. El lunes siguiente estaba repleto de exámenes y tareas, así que decidí aprovechar el tiempo para estudiar y acabarlo todo (como mis compañeros).

Sin embargo, sorprendentemente, cuando llegó dicho día y la profesora de matemáticas pidió los ejercicios, nadie los había hecho. A pesar de tener veinticuatro horas más ( o lo que es igual, mil cuatrocientos cuarenta minutos u ochenta y seis mil cuatrocientos segundos extra) de lo que normalmente tenemos, nos pasamos el fin de de semana entero en el sofá, viendo películas y haciendo el vago. Cuando levantamos la mirada, el día ya había transcurrido. Es curioso como, cuanto menos tiempo tenemos, más lo aprovechamos. Por algún extraño motivo, lo valoramos más.

El otro día, me encontraba en el hospital junto a mi abuelo, que se encontraba enfermo. Con todas sus fuerzas, se inclinó ligeramente hacia mí y me dijo: “ El tiempo es la cosa más valiosa que uno puede gastar. Disfruta de la vida, que son dos dí…” Se quedó corto de tiempo, el pobre.

Pseudònim: EP-AP

La vida soñada

Entonces lo vi: estaba perdido. Aquello no era novedad, ya que se veía venir desde hace horas. Estaba solo. Horas y horas en esta oscura habitación. Sin una miga de pan que comer, sin una gota de agua que beber. No había hecho grandes hazañas en mi vida. Aun así, mis hijos y mi mujer me esperaban en casa, no sé si en la de la playa, en la de la montaña, en la de la ciudad. Aún tenía que dar la rueda de prensa por haber llegado nº 1 mundial. Pero no podía. Y, con la calma de saber que mi familia heredaría los doscientos millones de euros que tenía en el banco, me desplomé. De hambre, de sed y del cansancio de vivir tres décadas en un minuto. Con la tranquilidad de haber hecho las cosas bien, Sereno conmigo mismo.

Pseudònim: VM

Amor imposible

Con ella podía ser el mismo. Era esbelta, tenía las piernas largas y un cuello estilizado. Siempre vestía de negro, elegante y misteriosa. Ella lo acompañaba donde él fuera. Una tarde, ya cuando el sol empezaba a desvanecerse en el horizonte, ella se fue. No dijo nada, simplemente desapareció. El hombre anduvo y anduvo en busca de su amada, pero no lograba encontrarla. Con los primeros rayos de luz, ella volvió de nuevo, junto a él. Feliz, estiró los brazos con el fin de poder abrazar a su amante. Pero no lo logró, ella era escurridiza y rápidamente se apartaba. Entonces pensó que nunca la había rozado, ni besado. Ella le seguía de día, de noche desaparecía con el sol. Y entonces se dio cuenta de que su enamorada no era más que su propia sombra.

Pseudònim: Isla

Desorientado

No sabía dónde me encontraba. Pensaba que, después de cenar con mis padres, había ido a mi casa. Pero eso no parecía ser mi habitación. Demasiado color para ser mi querida lechuga. Rojo, amarillo, verde fuerte, naranja. Cosas que no había visto nunca en mi corta vida. Sentía miedo? Sí, pero estaba cómodo encima de algo blandito. Llueve algo resbaladizo y amarillo, bueno de oro. Terremoto. Todo se mezcla. De repente, algo metálico pasa entre mi cuerpo delgado. Me levanta. No entiendo nada. Veo una luz. Creo que estoy a las puertas del cielo. Pero no. Veo una cara de horror, un humano. Y dónde estaba, era su ensalada.

Pseudònim: Aqua