La cacofonía del incesante repicar de los cientos de cinceles contra la piedra marcaba los minutos de ese día tan horriblemente húmedo, cada golpe seco retumbando en mi pecho, las vibraciones recorriéndome las venas de arriba a abajo. Un molesto sudor me goteaba por la frente, y aunque intentase secarlo con el dorso de la mano, éste volvía incluso más insistente que antes. El denso polvo se me metía en los pulmones a traición, sus ásperas manos cada vez más cerradas alrededor de mi cuello, ahogándome, casi como si quisiera transformarme en una gárgola viviente.
El grotesco rostro de piedra que iba tomando forma en la losa frente a mí me sonrió. Un grito se me ahogó en la garganta incluso antes de ser proferido. Intenté agarrarme a algo, pero la criatura infernal ya me había empujado. Todo pasó demasiado rápido. Estaba en caída libre.
GARGULA