Tormenta de verano

Llueve. Uno de esos chaparrones de verano que te deja calado hasta los huesos, tan inesperado cómo esa extraña llamada a la puerta hace tres días. Recuerdas que, además,  justo pasaban tres minutos de la media noche.
—¿Ahora? —fue lo único que dijiste después de unos segundos de incredulidad—. Pero…no…me ha dado tiempo…

Llueve. Miras cómo las gotas se abalanzan sobre la piedra ya mojada, rompiéndose en miles de chispas vidriosas. La tormenta de verano aún pesa sobre el ambiente cómo una losa húmeda. Sonríes. Al fin y al cabo el más allá no está tan mal. Al menos ya no tienes que preocuparte por ese bochorno veraniego insoportable.

Caronte