Elías es mi perro; le gustan las caricias detrás de las orejas y que le lea en voz alta.
Me preocupa su comportamiento desde que da más vueltas que de costumbre sobre sí antes de dormir, come sentado y no de pie, y destroza mis libros: los de Coelho, Murakami y otros autores que detesto son papel babeado, pero no toca a Bonnie Jo Campbell ni a Lucía Berlín. También gruñe molesto cuando leo. Con El club de la lucha, Elías ladra feliz al oír Tyler y, desde entonces, solo responde a ese nombre.
Consulto el caso con un psiquiatra; me hace muchas preguntas, no quiere ver al perro, y me receta olanzapina; no lo entiendo. Durante días tomo el antipsicótico y Tyler no se deja ver. No sé cómo eso le ayuda, así que dejo de tomarlo.
Y justo ahora Tyler está aquí, lamiéndome mientras le acaricio detrás de las oreja.
TROPIEZOS