TYLER

Elías es mi perro; le gustan las caricias detrás de las orejas y que le lea en voz alta.

Me preocupa su comportamiento desde que da más vueltas que de costumbre sobre sí antes de dormir, come sentado y no de pie, y destroza mis libros: los de Coelho, Murakami y otros autores que detesto son papel babeado, pero no toca a Bonnie Jo Campbell ni a Lucía Berlín. También gruñe molesto cuando leo. Con El club de la lucha, Elías ladra feliz al oír Tyler y, desde entonces, solo responde a ese nombre.

Consulto el caso con un psiquiatra; me hace muchas preguntas, no quiere ver al perro, y me receta olanzapina; no lo entiendo. Durante días tomo el antipsicótico y Tyler no se deja ver. No sé cómo eso le ayuda, así que dejo de tomarlo.

Y justo ahora Tyler está aquí, lamiéndome mientras le acaricio detrás de las oreja.

TROPIEZOS

AMOR CONDISIONAL

Si le dijo que sí, le dijo que sí del todo.

―Sí. Sí, sí y otra vez sí.

―Si sí, entonces sí.

¿Para qué más? Si era un sí lleno de vida, un sí chisposo, si era al fin ya tantísimo más que una débil conjetura, si era ya una afirmación ferviente de un sino elegido, constatación férrea abierta a este mosaico de sueños que sí, ahora sí, alcanzarían.

Y rompió, con sinceridad singular, el silencio, como quien silba con sinuosidad lo que sale directo de la sien, añadiendo a su aparente afirmación absoluta:

― Que el «si» condicional y el «sí» afirmativo se sirvan de una sola y simple sílaba y tengan los mismos sonidos y letras, no es casualidad, cariño.

AFIRMACIÓN

DESENCUENTROS

Después de tres horas caminando, llegó a un campo que se extendía más allá de donde alcanzaba su vista. Saltó un pequeño muro de piedra que parecía a punto de derrumbarse y se sentó con las piernas cruzadas. Arrancó una margarita. La deshojó mientras miraba hacia el horizonte, donde otro hombre deshojaba una margarita mientras miraba hacia el horizonte, donde a su vez había otro hombre que deshojaba una margarita mirando hacia el horizonte… En ese mismo momento, ella, que creía que él volvería pronto, se cansó de esperar. Él nunca llegó a saber si ella lo quería o no.

ESTRELLA FUGAZ

LA CHICA DEL BUS

Estudiar por las mañanas y trabajar por las tardes. Esa es mi rutina cuando empiezan las clases en septiembre. Pero este curso es diferente.

Todos los jueves a las 17:18 horas de la tarde, hay una chica que se sube al autobús. Y parece una nueva pasajera, porque ya conozco las caras de las personas que suben al autobús e incluso, el número de personas en cada parada.

Esta chica solo la veo los jueves, y nunca antes la había visto. Siempre que ella sube al autobús, se sienta delante de mí y se pone un auricular para escuchar música. Y luego, se pone a mirar por la ventana.

Nunca he preguntado por su nombre, y el día en que decidí hablarle… ella no volvió a subirse a ese autobús.

LYN

RECUERDOS DE GUERRA

Está oscuro. Tardo un par de segundos en recordar dónde estoy. Veo en la pantalla que estamos sobrevolando Sudamérica, llegando ya a Santiago. Pensaba que no lo lograría y ya llevo varias horas durmiendo, pero tengo que ir al baño urgentemente. Me calzo el zapato izquierdo mientras palpo el suelo para encontrar el derecho. No hay manera. Se lo pregunto al hombre soñoliento que está junto a mí y se queda atónito. Palidece. Solo alcanza a responderme con un lacónico “no”, pero veo en su cara que algo sabe. Tengo mucha prisa. Llamo a la azafata. Misma reacción. ¿Qué saben todos que yo desconozco? No quería molestar, pero no me queda otra que encender la luz. Levanto la manta y a la altura de mi rodilla derecha me encuentro con ese viejo y maldito muñón.

ARAUCANO

AMANECE OTRA ETAPA

La vida se aceleró aquella primavera. Jubilada, cambio de domicilio, tercera etapa, y lo hago con sentimientos controvertidos. Serán parte de mi memoria y de mi historia casi cuarenta años de mi vida, en los que formé una familia, en los que forjé relaciones de amistad, en los que crecí personal y profesionalmente, en los que mi sentimiento de pertenencia al lugar era fuerte y consolidado. Pero pienso que más difícil fue dejar mi tierra a los veinte años, y a mi familia y me enfrenté, con ilusión, a una vida profesional con algunas incognitas. Y… todo salió bien, primera etapa .Y, claro que vuelvo a empezar otra vez, o a continuar no sé, ahora con el saber de la vida . Y desperté y aquí estoy, disfrutando de este amanecer, fiel a mi misma, con mis recuerdos y mi esperanza.

SERNA

UN “AMOR” DE MUJER

—NO CALLA! — les solté divertida tras el alboroto que montaste en tu portal mientras, cargadas de deberes y tu alegría todavía en la espalda, nos íbamos recomponiendo los calcetines antes de llegar a casa.

—NO HABLA—, reflexionaba ante tu nuevo lujo el único día que te sonsaqué un café cargado de violentos silencios.

—No le gusta que venga gente ni que salga sola, estamos bien así…—, decías con ojos vacíos.

NO MIENTO si aseguro haberla visto camuflarse con gafas oscuras tras un trasiego de rosas y el brazo en cabestrillo, con semblante ausente, el pasado 23 de abril.

APRENENTA

HAMBRE, REVOLUCIÓN Y FUGA DE KIWIS QUE ZAPATEAN SEGÚN JUAN X

Aún bailábamos cuando Diego escuchó fuertes gritos. Habían incendiado Jerusalem. Karina les mostró nuestra organización. ¿Para qué? Rápidamente supieron todo!

Usando vuestro wifi, Xavier y Zulma abrieron buenos canales de escucha. Fingiendo generosidad, invadieron Jamaica. Kingston, la maravillosa, no obtuvo piedad. Quizá recupere su territorio un verano.

“Washington, Xuxo ya zarpó”, anunciarón bajito como dando esperanzas. “Fuego”, gritamos, “Huyan inmediatamente!”. Juntando kilos, llegaron más naves. Otro plan quebrantado radicalmente. Sonó triste un violín wagneriano, xilofón y zamponia.

Aceptando buenos consejos decidimos escapar finalmente. Gloriosas historias incluirán jamás la mínima nota obscura, pero quizá resurjamos si trabajamos unidos. Volveremos, westfalianos xenófobos! Ya zozbrarán!

EL AVE CEDARIO

ESTAÑO

La campana tañó una vez, sacándome bruscamente de mis contemplaciones.
Su voz grave e imponente se quedó flotando en el ambiente unos segundos que
me parecieron eternos, entremezclándose con ese olor a piedra fría y polvo
húmedo que tanto detestaba. Levanté la cabeza hacia el techo y entorné los ojos
durante un instante, casi como si quisiera reñir a la inoportuna campana por
haber interrumpido mi hilo de pensamientos. “Cállate”, pensé. Pero la campana
tañó otra vez, haciendo caso omiso a mi riña.
Mientras su voz de estaño se iba disipando, escondiéndose en los sitios más
recónditos del templo, miles de motitas de polvo bailaban en los haces de luz
que entraban por las vidrieras. Inspiré ese aire frío y viejo. Había llegado mi hora.

Rune