Él corría para irse de ese lugar espantoso, aunque sabía que era el más bonito. Abandonaba las sombras más espeluznantes para su conciencia. No sabía qué había hecho mal, se sentía atrapado. Mientras se alejaba, vio a una mujer tocando el violín, con la cara tapada por su oscuro pelo. Era su difunta hermana, que le dijo: “No has hecho nada malo, no cometas el mismo error, vuelve a ser tú mismo”. El chico despertó de esa paradoja mental y soltó la pistola. El violinista |