Las luces estroboscópicas parpadeaban deslumbrando mis pensamientos. La música resonaba en mi cabeza. El dolor, el dolor era insoportable. La gente pasaba delante de mí, pero parecía invisible para ellos. Busqué una esquina donde sentarme. El volumen de la música aumentaba, mi corazón latía cada vez más rápido, las luces eran más intensas. El dolor, el dolor era insoportable. Tanto que me hizo gritar. Gritaba y gritaba desesperado, pero nadie escuchaba. De pronto sentí cómo una mano me tocaba el hombro.- Carlos, ¿Estás bien?- preguntó mi madre.
AVE