El hombre del manto me seguía a todos lados, no era ni mi amigo, ni siquiera un conocido. Le gustaba plantar ortigas en mi camino para que mis pies descalzos sintieran dolor mientras con un látigo llenaba mi débil cuerpo de heridas. Con mis últimas fuerzas, llore y balbucee ‘por tu culpa, a los ya fallecidos por ti envidio. Depredador pobre, sin garras ni dientes, tú eres el que pide lo que en realidad no busca’. Sin nada mas que decir, guarde mi látigo y me tape con un manto de lágrimas y busque a otro más que consuele lo que yo me hice.
Arzapalo