Me levanté. Me puse mi mejor traje, estaba recién planchado, el color azul marino me sentaba bien. “Elegante, sofisticado, refinado, exquisito…” me murmuraba estos elogios a la vez que acababa de arreglarme. Salí de mi casa y me dirigí hacia mi floristería favorita. Y con las dalias negras, eché a caminar hacia el cementerio. Era un día soleado y templado, una suave brisa me acompañaba. Es irónico que en un día así hubiese tanta gente rodeando y llorando sobre una tumba, mi tumba. Todo el mundo estaba presente, mis padres, mis amigos, mi cadáver y yo. Por supuesto, mi queridísima novia, Leila, que estaba dando un emotivo discurso sobre como ella debería de haber muerto en mi lugar. Bonita historia, ¿Cuento ahora lo que sucedió? ¿O preferís seguir escuchando las mentiras de Leila, la asesina, mi asesina?
PERSÉFONE