Estaba solo. Me encontraba de pie, exhausto en aquel desolado lugar fuera de la mano de Dios. Poco más podría haber hecho para cambiar mi amarga situación sin nadie más que la áspera brisa, el cielo infinito y el fuego abrasador del sol que hacía insoportable la ardiente arena bajo mis pies. La cantimplora sin una sola gota de agua parecía que se riese de mí, pues de nada ya servía sin la apreciada agua dentro de ella. Mis esperanzas se desvanecían como humo en aquel horno de la muerte. Era el final. Tres días caminando y nada. Ni un paso más podían dar mis débiles pies llenos de callos. Miré hacia el cielo y el último aliento de vida que me quedaba se escapó de entre mi seca boca, perdiendo la batalla de sobrevivir de la desolación eterna del desierto.
ROBERT HIGH