Está oscuro. Tardo un par de segundos en recordar dónde estoy. Veo en la pantalla que estamos sobrevolando Sudamérica, llegando ya a Santiago. Pensaba que no lo lograría y ya llevo varias horas durmiendo, pero tengo que ir al baño urgentemente. Me calzo el zapato izquierdo mientras palpo el suelo para encontrar el derecho. No hay manera. Se lo pregunto al hombre soñoliento que está junto a mí y se queda atónito. Palidece. Solo alcanza a responderme con un lacónico “no”, pero veo en su cara que algo sabe. Tengo mucha prisa. Llamo a la azafata. Misma reacción. ¿Qué saben todos que yo desconozco? No quería molestar, pero no me queda otra que encender la luz. Levanto la manta y a la altura de mi rodilla derecha me encuentro con ese viejo y maldito muñón.
ARAUCANO