Veo amanecer desde nuestro tálamo. El estruendo de las olas me llama como un canto de sirena mientras el sol ilumina los surcos de dolor en su rostro.
– Han pasado tres años, ya no es necesario que sigas tejiendo.
Los dedos se detienen. Su mirada se enreda entre la trama y la urdimbre de ese sudario amarillento destinado a quien no lo necesita. Noche tras noche, la rutina se repite implacable, desgasta la fibra.
Deja el telar y se tumba a mi lado. Me mira sin verme. Me escucha sin oírme. Maldigo el día en el que, a la furia de Poseidón, solo sobrevivió el alma del astuto Ulises.
Llibretejant