Cuando corría, notaba los músculos de las piernas que se contraían, la fuerza con la que le empujaban hacia adelante. Le empezaba a resultar agradable el ardor de las piernas. Notaba las gotas de sudor que le caían por la frente. Después de unos cuantos quilómetros el aire empezó a ser insuficiente. Se concentró en tomar grandes bocanadas de aire y expulsarlas cada dos pasos. Empezó a arderle la garganta. Su cuerpo pedía agua pero no tenía, así que siguió corriendo. Al llegar a la cima de la montaña no se entretuvo en mirar el paisaje que tanto conocía. Bajó la colina al trote disfrutando del dolor que ahora le recorría todo el cuerpo y del aire que le borraba de la cabeza los sucesos del día a día. Era su método de purificación, de olvidar.
Hermenegilda Herrero