El anciano relojero trabajaba en silencio, cada engranaje encajaba con precisión, cada tic resonaba como un latido. La gente del pueblo decía que los relojes no solo daban la hora, sino que atrapaban instantes.
Una joven llegó con un reloj de bolsillo roto. Era de mi abuelo, dijo, se detuvo el día que murió.
El anciano lo examinó y con manos temblorosas, ajustó un mecanismo y al moverlo, el segundero avanzó… Y por un segundo, el aroma a tabaco y lavanda llenó el aire.
La joven cerró los ojos. En su rostro apareció una sonrisa. El tiempo, a veces devuelvve lo que creíamos perdido.
Tigre de Bengala