Montada en las tazas locas que no paran de dar vueltas, no puedo apartar la mirada de la pequeña niña que está a mi lado. La veo utilizar todas sus fuerzas para hacer girar la taza pero, por más que veo que no puede, no la ayudo. Mi mirada se empaña, por culpa del viento y antes de que se me escape otra lágrima traicionera, me limpio con mi manga destrozando aún más el rimel. Suena el pitido anunciando que la atracción se acaba y la niña, clavando sus grandes ojos en mí,con una voz inocente me pregunta: –¿Que nos pasó? Con un hilo de voz lo único que le puedo responder a mi yo del pasado es: – Crecimos. Flor de cerezo |