Nadie lo oía. Nadie le respondía pero él, en cambio, podía ver esos hermosos rostros, cada uno con sus curvas, sus cabellos lisos y rizados. Se podía perder en ese mar cuando miraba esos ojos, ese olor a colonia recién echada sobre la camisa a rayas. Los veía, pero para ellos él era como agua cristalina. Observaba todo sin que nadie pudiera intervenir en su vida. No tenía hogar ni familia; aprendió a no ser amado por nadie y, aun así, cada mañana se levantaba bajo el puente e iba a ese bar donde, a través del cristal, podía ver a esa hermosa mujer que lo volvía loco. Él la miraba fijamente con la esperanza de que algún día ella le dirigiese una palabra. Pero pasaron los meses y nada cambió. Aquel hombre era invisible, pero nadie se enteró de ello.
Pseudònim: Agua